El Evangelio de Mateo 4, 37-39 lee:Se levantó un viento huracanado, y las olas rompían contra la barca que se estaba llenando de agua. Jesús dormía en popa sobre un cojín. Lo despertaron y le dijeron: «Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?» Se puso en pie, increpó al viento y ordenó al lago: «¡Silencio, cállate!» El viento cesó y sobrevino una gran calma.En la vida enfrentaremos más de una tormenta. Y si tenés hijos, como yo, las de ellos te pesarán como propias y querrás ayudarlos siempre. Pero no hay que esperar hasta que se sientan amenazados, a punto de hundirse, para socorrerlos.
Hace unos días una señora le preguntó a mi hijo de 8 años:
– ¿Qué hacés después de la escuela?
– Tarea y deportes.
– ¿Y qué deportes hacés?
– Fútbol, natación y catequesis.
– ¡Pero catequesis no es un deporte!
Mi hijo me miró y se sonrió. Yo lo encontré con la mirada y le devolví la sonrisa. Dudo que la señora haya entendido que nuestro silencio tenía mucho conversado desde tiempo atrás y por eso logró un punto de complicidad entre madre e hijo que no necesitó palabras. Tampoco necesitamos explicarle nada a la señora. Por eso ojalá que ella también pueda leer esto hoy.
Este hijo del que les hablo, como todos sus hermanos (y seguramente como cualquier otro niño de su edad), me ha cuestionado sus clases de catequesis. Un día con tono de queja y sin ánimo de subirse al auto me lo volvió a preguntar. Y yo, ya un tanto cansada de la misma pregunta, decidí ser práctica, no ahondar mucho y ser lo más clara posible. Resultó que, sin querer y para mi gran sorpresa, logré ser bastante profunda y clara…casi tan clara como el agua- al menos nunca más me volvió a cuestionar.
– Pero, Mamá, ¿por qué tengo que ir a catequesis?
– Por la misma razón que vas a natación. Y ¿te acordás que tampoco querías ir y te quejabas? ¿Por qué creés entonces que desde chiquito vas a natación?
– Para nadar. Y asi no me ahogo.
– Bueno, lo mismo pasa con la catequesis. Vas para que no se ahogue tu alma.
– Ah, ok.
Con esa naturalidad y frescura entendió. No necesité decir nada más. Pude haberle dado mejores explicaciones, más teológicas y elaboradas, sin duda. Pero esa vez me limité a que entendiera que, al igual que Jesús con sus discípulos, a mí me importa mucho que mis hijos puedan hundirse. Pero yo no tengo el poder de hacer milagros para salvarlos ni para calmar tempestades. Es ésta entonces una de las razones por las cuales los mando a catequesis. Porque el alma también se ejercita. Y, aunque nunca es tarde para empezar, al igual que con los deportes, si con catequesis también empezamos desde chicos correremos con ventaja y será más fácil salir a flote cuando tengamos la corriente en contra, sintamos que nos hundimos o toquemos fondo.